martes, junio 13, 2006

El niño y el mar

Estaba con los ojos cerrados, sintiendo el agua fría por las piernas y la suave brisa en el rostro. Apenas consiente de donde estoy sólo por el hipnotizador ruido de las olas. No sé cuanto tiempo puede haber pasado mientras estaba en ese estado, en un estado casi de inconsciencia. Por momentos sentía como si volviera a ser niño. Con menos problemas, sin mayores responsabilidades, lejos de mayores decepciones.

No lo quisiera decir. Por un instante sentía que quería quedarme allí para siempre, percibiendo esa tranquilidad, lejos de los ruidos molestos y la contaminación de la ciudad. Pero sabía que no podía ser. Tenía que regresar a mi realidad más temprano que tarde.

Desde pequeño he tenido una grata relación con el mar. Siempre ha servido para calmar mis demonios. Puedo pasar horas observando su inmensidad y admirando su mezcla equilibrada de tranquilidad y bravura, algo que yo debería aprender. Innumerables ocasiones he ido frente a él para contarle mis lamentos, llorar por horas mis penas, pensar sobre mis dudas y otras a celebrar mis alegrías y triunfos. Es así que muchas veces mientras me encuentro frente a él me vuelto a sentir niño, sientiendo esa paz que busco, a veces encuentro, pero no dura mucho.

Después de haber trabajado durante tres años seguidos, todos los días, incluyendo los domingos, sólo descansando en navidad, año nuevo y Semana Santa, soportado toda esa presión sin descanso, pensé que este año sería mejor, considerando que ahora descanso casi todos los domingos. Creía que encontraría la tranquilidad que tanto esperaba, que estaría más relajado, y que al fin podría decir adiós a mis demonios. Pero tengo una extraña sensación que me hace creer que talvez me he equivocado, y eso me impulsa abrir mis ojos.

Al abrirlos empecé a recordar poco a poco todo los sucesos de mi vida en los últimos meses, meses con innumerables crisis, principalmente del alma. Varias caídas, muchos golpes, algunas decepciones, y por si fuera poco, el estrés diario del trabajo.

Si bien dispongo con algo más de tiempo, no ha sido posible salir tantas veces como he querido. No me quejo, he tenido algunas oportunidades, pocas, de ir a la playa a descansar, pescar o simplemente a meditar, siempre en compañía de la persona que más me apoya, mi enamorada. Me preguntaba cuando podría volver a ver el mar. No lo había visto en poco más de dos meses. No faltaron invitaciones. Pero siempre me pesaba dejar las obligaciones por irme a descansar.

Ese día, el pasado domingo, me invitaron para una pequeña salida de pesca. Hasta momentos antes de salir, no había querido. Tenías algunas cosas por hacer, y no quería que se junten con todo lo que tenía que hacer al día siguiente. Además sabía que las condiciones no eran favorables para la pesca, el mar estaba movido. Pero en fin, me animé. Entre otras de mis motivaciones estaba que mi enamorada no tenía porque ser castigada y abstenerse de una salida de distracción, como en tantas otras veces que ella prefirió quedarse para acompañarme, también ella necesita relajarse.

De esta manera es como llegué a encontrarme frente al mar, tratando de aprovechar y disfrutar de sus mágicos poderes que me hacen sentir esa paz que muchas veces busco y no puedo encontrar. Si bien la pesca no fue productiva, el descanso valió la pena. Así que he vuelto a la realidad otra vez, pero ahora con algo más de ánimo, más tranquilo, dispuesto a afrontar nuevamente el reto diario de vivir. Sólo espero que esta vez sus efectos duren más, hasta la próxima vez que lo visite. No puedo saber cuando lo volveré a ver.

No hay comentarios.: